jueves, 10 de febrero de 2011

Viceversa

Viceversa
(Mario Benedetti)



Poema en audio: Viceversa de Mario Benedetti por Mario Benedetti
(Por si te da flojera leer)

 Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
O sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.

Resumen bibliográfico de Mario Benedetti
Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (Paso de los Toros, Uruguay, 14 de septiembre de 1920 – Montevideo, Uruguay, 17 de mayo de 2009), más conocido como Mario Benedetti, fue un escritor y poeta uruguayo integrante de la Generación del 45, a la que pertenecen también Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti, entre otros. Su prolífica producción literaria incluyó más de 80 libros, algunos de los cuales fueron traducidos a más de 20 idiomas. 

AMLO pide a MVS reinstalar a Carmen Aristegui

Rosalía Vergara


Andrés Manuel López Obrador,
excandidato a la presidencia de la República.
FOTO: Miguel Dimayuga
MÉXICO, D.F, 10 de febrero (apro).- Andrés Manuel López Obrador solicitó a concesionarios de la empresa MVS, la familia Vargas, la reinstalación de Carmen Aristegui, quien fue despedida por pedir a la Presidencia que aclarara el presunto alcoholismo de Felipe Calderón.
Para López Obrador, Aristegui “sufrió un cese fulminante de MVS porque a Felipe Calderón no le gustó que la conductora solicitara información sobre su estado de salud”.
Sobre el cuestionamiento de Carmen sobre el presunto alcoholismo de Calderón, López Obrador comentó que aunque no se esté de acuerdo sobre el contenido de los programas o cómo se dio a conocer la información, se debe defender la libertad de expresión.
Durante la Gira por la Lealtad por el Estado de México y acompañado del coordinador de los diputados federales perredistas, Alejandro Encinas, quien es la propuesta del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) para la gubernatura de la entidad, consideró que la periodista “fue víctima de un acto de prepotencia, de pretender acallar un espacio radiofónico plural, democrático y profesional”.
En su opinión, “con el cese de la conductora ¿dónde queda el derecho a disentir, dónde queda el derecho a la libertad de expresión?”
Consideró que con estas actitudes se confirma “que en México impera una dictadura que se ejerce a través del control casi absoluto de los medios de comunicación”.
El llamado fue específico al dueño de MVS, Joaquín Vargas, para que tome en cuenta el “sensato” planteamiento de Aristegui, quien propuso el miércoles a la familia Vargas reinstalarla en su empleo el próximo lunes si se resarce su integridad profesional.
Esto, “para que los radioescuchas vuelvan a tener un espacio radiofónico plural, democrático y profesional”, expresó.
“Yo hago ese llamado a la familia Vargas para que tomen en cuenta el valor supremo que tiene la libertad, tenemos que preservar la libertad de expresión. Podemos no estar de acuerdo con opiniones, puntos de vista, pero tenemos todos la obligación de defender para el derecho de expresión, a la libre manifestación de las ideas”, indicó.
Asimismo, pidió al Legislativo “democratizar” los medios de comunicación porque la dictadura que maneja al país mantiene un control casi absoluto de los medios de comunicación. “No se trata de expropiar, sino que haya libertad, en vez de que haya dos televisoras que tienen el control de la audiencia, que haya cinco, diez, es una decisión de tipo político que no haya monopolio de la comunicación”, apuntó.
López Obrador visitó, además de Ayapango, Juchitepec y Tlalmanalco, donde él y Encinas firmaron los diez compromisos personalizados a la comunidad que cumplirían si el segundo gana la gubernatura, el próximo 3 de julio. Ahí rechazaron, de nueva cuenta, cualquier alianza con el PRI o con el PAN “porque son partidos que han afectado a la mayoría de las familias de los mexicanos”.

 Nota de Rosalía Vergara para Agencia Proceso (Apro)

Sobre el tema de la residencia

Alejandro Encinas vivió 18 años consecutivos en 
el estado de México.Foto Jazmín Ortega Cortés
Arnaldo Córdova

Residencia y domicilio, en derecho, quieren decir lo mismo, aunque es mucho más precisa la expresión de domicilio. Éste es una dirección que indica la residencia; la residencia sin el domicilio no quiere decir nada. El domicilio, en cambio y durante tiempos sucesivos, no necesita de la residencia física actual, que quiere decir estar en el lugar (como cuando se viaja frecuente o prolongadamente). Nuestros textos constitucionales se reducen a usar el término de residencia. El tema se discutió en las sesiones del Congreso Constituyente de 1856 y 1857. Entonces fue que se prefirió el término de residencia. La legislación civil usa, por lo general, el término de domicilio.

Una persona fija su domicilio como el lugar en el que habita, como el asiento de sus negocios y como la dirección en la que recibe notificaciones o cualquier tipo de correspondencia. En nuestros textos constitucionales se ha vuelto un problemón, sobre todo por razones electorales o electoreras. Es un método favorecido para descalificar a los oponentes. En esta materia, fijar el requisito sólo puede tener una explicación: se requiere que el individuo esté, de modo permanente, en un lugar para que, en primer lugar, se le pueda ubicar para los más disímbolos asuntos en sus relaciones con los demás y con las autoridades; pero y sobre todo, para que pueda demostrar, por ese solo hecho, que está enterado de los problemas del lugar y puede actuar con una cierta capacidad de decidir sobre los mismos.

Tener un domicilio o una residencia legales es necesario. Es parte de nuestra identidad jurídica y política. El supuesto, empero, de que al residir en un lugar se garantiza un cierto conocimiento de las condiciones en que vive la comunidad a la que se pertenece es, para decirlo brevemente, bastante antojadizo. Es un hecho, sin embargo, que entra en la definición de nuestras personas y que debe ser atendido. La pregunta es, ¿hasta dónde es exigible, para ciertos deberes, el demostrar el lugar de residencia o el domicilio?

En donde más divergencias de criterio se observa en lo relativo al domicilio o a la residencia es, justo, en las resoluciones judiciales. Por lo general, tienden a observar la letra de las leyes y a atenerse a la misma. No siempre hay, digamos, un razonamiento fundado y debidamente argumentado en torno a lo que significa el lugar en que ubica su domicilio la persona. En derecho, la persona no puede existir sin domicilio, pero éste no siempre es fijo. El problema es que muchas veces no sabemos definir el domicilio y, ahora, mucho menos, la residencia.

Eso ocurre cuando se hace depender la nacionalidad o la pertenencia a una comunidad política del domicilio. Éste desaparece como requisito de identidad de la persona, para convertirse en un gelatinoso presupuesto del ejercicio de derechos. La nacionalidad, en el derecho internacional, no se pierde, por ejemplo, porque se abandona el domicilio o la residencia; ella permanece como un elemento definidor de la persona. Para ejercer derechos políticos, ciertamente, se deben cubrir ciertos requisitos. Si andas en el extranjero y quieres votar, deberás volver a tu país y dar un domicilio o volver al que ya tenías si tu gobierno no te permite votar allá. Eso ocurre con nosotros. El caso es que hemos pervertido la figura jurídica del domicilio y esa cosa que llamamos en derecho público residencia.

Se usan, como lo advertí antes, con un supuesto que es muy dudoso, por decir lo menos, que el domicilio garantiza que conozcamos nuestro entorno o que necesitamos forzosamente un tiempo para adquirir ese conocimiento. En materia electoral da lugar a un sinnúmero de chicanas y maniobras con el solo fin de poner fuera o descalificar a un individuo. La jurisprudencia no ha hecho otra cosa que repetir lo que dicen las leyes o la Constitución federal o las constituciones locales, sin ningún esfuerzo de interpretación a fondo de lo que la figura significa. El caso de Alejandro Encinas lo muestra con toda claridad.

Él vivió durante dieciocho años consecutivos (1981-1999) en el Edomex. Fue diputado por aquel estado dos veces y una vez candidato a gobernador. Para adquirir la calidad de mexiquense (algo así como la nacionalidad local), la Constitución fija, en su artículo 23, haber nacido allí o haber nacido fuera de padres mexiquenses o residir durante cinco años en el estado. Ese artículo identifica la residencia con el domicilio. Esa calidad, la de ser ciudadano mexiquense, no se pierde (artículo 31 de la Constitución local) sino por las siguientes causas: dejar de ser ciudadano mexicano y haber sido elegido para un cargo público y negarse a desempeñarlo. En ese supuesto, Encinas adquirió la calidad de mexiquense y no incurrió en las causas que pudieron haberla anulado.

Encinas fue y sigue siendo mexiquense. Además, él abandonó el Edomex no por el simple deseo de ir a vivir a otro lado, sino por el desempeño de cargos públicos para los que fue designado en el Gobierno del DF. Y la misma Constitución del Edomex (artículo 32) prevé que la residencia no se pierde por esa causa ni por la realización de estudios. Luego de lo cual volvió a residir en su estado de adopción. Para tener el derecho de volver a competir por un puesto público (la gubernatura de la entidad) le bastaban tres años de nueva residencia, lo que ya ha cumplido con largueza, siendo mexiquense desde antes, por sus dieciocho años anteriores de residencia y por su servicio al estado y al país como representante popular.

En este caso, estamos hablando de un derecho adquirido, vale decir, de una condición de la persona que queda firme ad aeternum y que no puede modificarse o perderse por resolución de autoridad y sólo por decisión de la propia persona que haga renuncia al mismo. En una tesis aislada de 1981 aprobada por unanimidad del pleno, la Corte decidió: El derecho adquirido se puede definir como el acto realizado que introduce un bien, una facultad o un provecho al patrimonio de una persona, y ese hecho no puede afectarse, ni por la voluntad de quienes intervinieron en el acto, ni por disposición legal en contrario; la expectativa del derecho es una pretensión de que se realice una situación jurídica concreta, conforme a la legislación vigente en un momento determinado. Alejandro Encinas es un hombre al que nunca le ha interesado acumular bienes ni riqueza. Él no tiene propiedades inmuebles en el Edomex ni en el DF. Siempre ha alquilado las casas en que ha vivido y puede probarlo, tanto en Ecatepec, como en Texcoco o en Toluca. Su riqueza no le alcanza para respaldar su residencia. Es su vida misma al servicio de aquel estado que justifica el hecho de que quiera seguir sirviéndolo. Después de terminar sus comisiones en el DF, volvió a su estado con la clara intención de volver a actuar en la política local. Ricardo Aguilar Castillo, presidente del PRI en la entidad (al que tanto gusta reseñar el columnista Rivera), ha amenazado con recurrir judicialmente la postulación de Encinas. Pues que lo haga. Encinas tiene defensas que la justicia electoral debe atender.
 
Articulo de Arnaldo Córdova para La Jornada 

Marcelo es el mejor… curriculum


Javier Lozano, secretario del Trabajo, ha reconocido que, sin duda, el mejor jefe de Gobierno del Distrito Federal se apellida Ebrard...

Ricardo Alemán

Un tanto en serio, y otro poco en chunga, el siempre ocurrente Javier Lozano ha reconocido que, sin duda, el mejor jefe de Gobierno del Distrito Federal se llama Marcelo Ebrard.

Lo más curioso es que remata la aseveración con un contundente: “¡Pues cómo no va a ser el mejor, si lleva 18 años gobernando la capital..!”

Y, en efecto, Lozano tiene toda la razón. ¿Por qué? Porque a lo largo de casi todo el gobierno de Salinas —durante la regencia de Manuel Camacho—, Marcelo Ebrard se desempeñó como secretario de Gobierno, luego de haber encabezado la más ambiciosa empresa en la construcción de vivienda en el mundo, a raíz del terremoto de 1985 en el Distrito Federal.

Durante todos esos años, la mayoría de los precandidatos presidenciales del PRI, del PAN y del PRD ni pintaban en el escenario. Salvo casos como el de Manlio Fabio Beltrones, otro de los que porta en sus alforjas un curriculum envidiable.

Pero hay más. Luego de que Manuel Camacho cayó en desgracia política al no ser candidato presidencial, Marcelo Ebrard regresó al GDF como secretario de Seguridad Pública en la gestión de Andrés Manuel López Obrador —hasta que Fox lo echó de fea manera— y luego fue secretario de Desarrollo Social. Para entonces ya llevaba casi 12 años en los primeros niveles del Gobierno del Distrito Federal.

Luego vino su Jefatura de Gobierno desde diciembre de 2006, y hasta la fecha, con lo que suma casi 17 años al frente de responsabilidades de gobierno en la capital del país. ¿Quién más puede presumir un curriculum como ése? Pocos.

Y viene a cuento el tema porque una revisión elemental de las hojas de servicio de los presidenciables de todos los partidos muestra una pobreza que avergonzaría a los prohombres de la derecha, la izquierda e incluso el centro priista. Y para empezar por el más aventajado de todos, el gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto, su curriculum se podría resumir en un párrafo de pocas líneas. Cargos muy menores hasta antes de ser diputado local; dos meses jefe de los diputados locales del PRI, candidato a gobernador y, luego, gobernador. Y nada más.

En cambio, el curriculum político y de gobierno de Manlio Fabio Beltrones no se resume en pocas hojas. subsecretario de Gobernación, diputado y senador, gobernador y número dos del PRI, pasando por una larga lista de responsabilidades intermedias. En realidad, los currículos de Marcelo y Beltrones parecen los más abultados, completos y variados, junto con el de una mujer que ya recorre el país en busca de ser candidata presidencial de Acción Nacional.

En efecto, nos referimos a Josefina Vázquez Mota, legisladora, líder de su bancada, dos veces secretaria de Estado y hoy precandidata presidencial. Y no es mejor la trayectoria de Santiago Creel, quien pasó de militar en la llamada sociedad civil, en los tiempos de la búsqueda de espacios democráticos, a consejero del IFE, diputado, candidato al GDF, secretario de Gobernación, precandidato presidencial, senador y, nuevamente hoy, precandidato presidencial.

Acaso el paquete de los presidenciables con mayor experiencia se podría cerrar con Andrés Manuel López Obrador, quien dos veces buscó ser gobernador de Tabasco —sin suerte—, luego fue dirigente nacional del PRD y candidato a jefe de Gobierno del DF, y jefe de Gobierno. Todo ello bajo la tutela de su padre político y mentor, Cuauhtémoc Cárdenas, al que echó y combatió de fea manera desde el mismo año 2000, cuando el tabasqueño se convirtió en gobernante de la capital. Y, claro, con el polémico Javier Lozano, secretario del Trabajo, chamba a la que antecedió una meteórica carrera en cargos menores —no de menos importancia—, a los que llegó por su talento y prestancia.

En una segunda tanda aparecen quienes hoy son titulares de una secretaría de Estado y/o una gubernatura. Entre ellos aparecen el indudable delfín presidencial, Ernesto Cordero, titular de Hacienda, quien tiene un curriculum francamente precario, emparentado acaso con el de Peña Nieto. Lo curioso es que, como están las cosas, en la boleta presidencial de 2012 podrían aparecer esos dos pretensos: Peña Nieto y Cordero, a pesar de su notable inexperiencia. Y también por ahí aparece Alonso Lujambio, titular de la SEP, cuyo historial es de medio pelo: consejero del IFE, comisionado del Instituto de Transparencia y… punto.

La nota es que si los candidatos presidenciales son electos por su currículo, más del 90% saldría reprobado. Una tragedia. ¿O no?

Columna de Ricardo Alemán para diario Excélsior

Las elecciones otra vez

Adolfo Sánchez Rebolledo

La vida política mexicana está plagada de paradojas y contradicciones que la siguen haciendo peculiar. Contrasta, por ejemplo, la conducta de la ciudadanía ante las urnas con las marrullerías de los partidos en campaña. Si en la participación popular prevalece el sentido común, la transparencia y, si se me apura un poco, el civismo de los votantes, en la conquista de la mayoría por la banderías partidistas persiste el juego sucio, la trivialidad como mensaje unificador (Baja California Sur), la opacidad de los gastos gubernamentales, en fin, el repunte sombrío de la violencia política sobre el fondo trágico de la inseguridad general (Guerrero).

El desencanto con la política es evidente, el desprecio a los partidos una obviedad medible, pero aun así –descontada la abstención–, la gente sale a cumplir con sus deberes y vota para que el sistema funcione. Es difícil saber si esta participación es el resultado del impulso mediático de las candidaturas, del nuevo clientelismo surgido en torno de los gobernadores o de un evanescente voto de la ira que marca el ritmo de la protesta, pero lo cierto es que la esperanza depositada en las elecciones, no obstante los desengaños pasados, subsiste a despecho de la degradación del debate entre los políticos. Y eso hay que tomarlo en cuenta.

Por razones que son bien conocidas, la historia del cambio político en México se alimenta de una necesidad mayor: eliminar el fraude electoral para darle transparencia y significado concreto a la voluntad de los ciudadanos, es decir, para hacer efectivo el principio de mayoría que rige a cualquier democracia. Fueron necesarias décadas de esfuerzos y protestas, de transformaciones en la vida social y en el entorno internacional para que dicho principio, consagrado en la Constitución, comenzara a aplicarse, no sin contratiempos y retrocesos graves. Sin embargo, una vez establecidas las reglas del juego, se hizo evidente que el fraude en las urnas era sólo parte de un problema mayor que ni siquiera se había planteado en profundidad (la edificación de una nueva institucionalidad democrática), pues en el afán de construir un régimen de competencia electoral se dio por bueno (y así lo era en ese momento) que los partidos existentes en verdad eran los que representaban la pluralidad política e ideológica de la sociedad mexicana, los únicos llamados a medirse en la urnas, evitando así la fragmentación que siempre se consideró como un riesgo mayor para el funcionamiento estable del sistema.

Hoy, esa premisa no corresponde a la verdad. La alternancia no era el final del cambio. La necesidad democrática está por encima de lo que ofrecen a la ciudadanía los sujetos, es decir, los partidos existentes, cuyo estancamiento es cada vez más notorio y comprometedor.

Si la transición cortó los vínculos entre partido y Estado que definía al viejo régimen, no impidió, en cambio, que el uso del registro y los recursos públicos se convirtiera en una suerte de interés particular de cuyo manejo depende la vida partidista, más allá de los fines ideológicos o programáticos que en primera instancia justifican su presencia como entidades de interés público. El reconocimiento del pluralismo probó tener un falla estructural: no hay un sistema de válvulas de seguridad que permita encauzar la participación de nuevas fuerzas surgidas dentro o fuera de los partidos que, en realidad, se reducen a tres grandes formaciones alrededor de las cuales giran otras más pequeñas. El control de la marca, el registro, abre la puerta a los cargos públicos y da acceso a los recursos, pero obstruye la solución política de los conflictos internos. Los viejos partidos favorecidos como representantes del pluralismo de ayer son las formaciones desdibujadas y contradictorias de hoy, en las que conviven proyectos diferentes que en condiciones normales se habrían dividido para constituir otras opciones. Pero el estatus político vigente rechaza este evolucionismo y lo condena a las periódicas crisis catastróficas del PRD, a las alianzas oportunistas entre adversarios (PAN-PRD) o a la identificación vergonzante de las visiones del país (PRI-PAN) que, sin embargo, mantienen la unidad formal de los partidos, es decir, un falso retrato ideológico y político de las fuerzas que compiten por dirigir al país.
La salida a esta crisis no es, no puede ser, la sustitución del candidato por el partido, la creencia de que el carisma de los independientes puede suplantar las funciones partidarias que, en teoría, van más allá de la propuesta de candidaturas. En ese sentido, es verdad, falta reconocer la necesidad de una reforma del Estado que garantice un régimen de partidos capaz de expresar la pluralidad, pero también de estimular el debate nacional, la participación ciudadana, la responsabilidad, y no sólo la guerra a muerte por ganar una posición electoral.

La vitalidad, pese a todo, del hecho electoral como fórmula para encauzar la lucha política no acredita la calidad infame de nuestra vida pública, pero sí es un llamado de atención para quienes creen llegado el momento de abandonar el trabajo electoral en aras de un hipotético atajo social. Negar la necesidad de la organización política para darle importancia a los independientes es la mejor manera de abjurar de derechos formal y laboriosamente conquistados. Que los partidos renuncien a su programa o a sus respectivas ideologías no significa necesariamente que los intereses, los sentimientos o las necesidades que antes les daban sentido se hayan esfumado por arte de magia. Pero algo sí es seguro: hay una parte de la ciudadanía que ya no está representada en determinados partidos o en ninguno y toma el camino del desencanto, la abstención o la ira contra la política en general. Pero hay otros que ven con satisfacción la muerte de las ideologías pues les permite jugar a la vez con distintas opciones en defensa de sus intereses particulares, como ocurre con los llamados poderes fácticos, cuya actuación tras bambalinas siempre está presente.

PD. Ante lo sucedido a Carmen Aristegui, de nuevo surge la interrogante: ¿quién es el sujeto de la libertad de expresión? ¿Quién la ejerce?

Columna de Adolfo Sánchez Rebolledo para el diario La Jornada