martes, 10 de mayo de 2011

TRIFE, de la esperanza al escándalo


Javier Corral

Sería difícil encontrar un actor político —en todos los partidos y a lo largo y ancho del país— que de manera más cínica y contumaz haya burlado la reforma electoral del 2007 como lo ha hecho Enrique Peña Nieto. Es imposible encontrar otro funcionario público que, en el entramado mediático que en mucho define hoy a la política, haya invertido tanto dinero público en la promoción de su imagen personal, como lo ha hecho el gobernador del Estado de México, en exacta contravención de lo que dispone el artículo 134 constitucional. Nadie como él acumula, desde el inicio de su administración, denuncias e investigaciones periodísticas que dan cuenta de la hipoteca mercantil celebrada con Televisa —a través de millonarios contratos publicitarios—, para apuntalar como el proyecto común, su candidatura presidencial.

Sin controles ni contrapesos estatales que le impongan límite o mínimo castigo al uso indebido de los recursos públicos, sin sanción a la taxativa contenida en el artículo 134 constitucional, Peña Nieto ha podido desplegar, a la par de su popularidad, una brutal impunidad política.

Por ello fue sorpresiva y hasta cierto punto esperanzadora la sanción que se veía venir sobre el gobernador del Estado de México por violación a la Constitución, al contratar spots de su quinto informe de gobierno transmitidos en todo el territorio nacional. La queja del PAN por esa promoción indebida, en principio la desechó el consejo general del IFE, por lo que Acción Nacional recurrió al TRIFE y éste le regresó el asunto al IFE ordenándole explorar si la propaganda del Edomex violaba alguna disposición legal.

En efecto, el IFE encontró una violación al artículo 228-5 del COFIPE, sobre la difusión de informes “una vez al año en estaciones y canales con cobertura regional correspondiente al ámbito geográfico de responsabilidad del servidor público y no exceda de los siete días anteriores y cinco posteriores a la fecha en que se rinda el informe”. Esto es, el IFE encontró responsable a Peña Nieto de la comisión de un delito electoral, y ahora fue el PRI quien recurrió la decisión.

Ya de regreso el asunto en el TRIFE, la operación política y mediática de Peña Nieto para conseguir su exoneración no tuvo reparo alguno, incluido el ofrecimiento descarado de prebendas a los magistrados que resolvieran a su favor. La operación de cabildeo y presión fue denunciada en un artículo de Roberto Zamarripa en Reforma, titulado “La Cena”, que con el paso del tiempo lo único que fue desmentido de esa información es que se trató de una comida y no cena. La misma magistrada presidenta del TRIFE, María del Carmen Alanís, reconoció el encuentro.

La cena que en realidad fue comida dio resultados: encubrió políticamente a Peña Nieto y lo salvó de declararle un acto anticipado de campaña, lo que hubiera originado la sanción de negarle su registro como candidato. Para poder hacerlo, el TRIFE produjo uno de los engendros jurídicos interpretativos más preocupantes en la historia del derecho electoral mexicano. De la esperanza pasamos al escándalo. Esa sentencia es la más contradictoria y anómala de todas las que han sido resueltas por el Tribunal Electoral.

El TRIFE determinó que sí hubo violación electoral, pero releva al funcionario público y sanciona a las televisoras. Si ya había navajeado el tribunal a la reforma electoral con varias decisiones absurdas, con ésta le infringe una cuchillada que la dejará moribunda en lo que fue su principal objetivo: castigar la contratación ilegal de propaganda electoral.

El absurdo es gigantesco y consta de lo siguiente: las normas de propaganda gubernamental sólo pueden ser transgredidas por servidores públicos, pues son ellos el sujeto activo de la norma. Según el criterio del tribunal es extendible a los particulares. Es como si una prohibición a un ministro de culto se aplicara a los feligreses, o a un ciudadano común y corriente. Con el nuevo criterio del tribunal, ahora cualquier persona física o moral puede transgredir el 134 constitucional, y su prolongación en el 228-5 del COFIPE.

En otras palabras, se exculpa al que ordena la difusión (quien tiene la responsabilidad directa), y se ordena sancionar a los medios, quienes tienen, a lo sumo, responsabilidad indirecta. Y no sólo eso, la Sala Superior vuelve a torcer la lógica del derecho, más preocupada por lo que los partidos dicen en su propaganda legal, que en sancionar a quienes contratan propaganda ilegal. La prohibición más importante de la reforma electoral es contratar propaganda; pero el Tribunal prefiere dar prevalencia a los dichos que sí sanciona como en el caso de la propaganda del PT.

Si antes califiqué de patético al TRIFE —por la sentencia sobre la elección de consejeros electorales en Querétaro—, ahora es menester lanzar una pregunta: ¿a quien le sirve así este Tribunal electoral, tan desprestigiado? Me anticipo: ni al mismo PRI ni a Peña Nieto; el descaro ha sido demasiado y la sentencia de antología para la colección de disparates nacionales.

Editorial de Javier Corral Jurado, para el Universal.


Sobre el autor:

Javier Corral Jurado (Ciudad Juárez, Chihuahua; 2 de agosto de 1966) es un periodista y político mexicano, miembro del Partido Acción Nacional, Diputado Federal de la LXI Legislatura, en donde se desempeña como Presidente de la Comisión de Gobernación.

Principal opositor de la llamada Ley Televisa y de la Licitación 21, ha sido Diputado Local, candidato a la Gubernatura del Estado de Chihuahua en 2004 por la coalición PAN-PRD-Convergencia y Senador de la República por el Estado de Chihuahua. Conocido por ser crítico de compañeros de su partido como Francisco Molinar, con quien debatió en 2010 sobre la Licitación 21, y de Felipe Calderón a quien ha cuestionado en múltiples ocasiones. Reconocido, incluso por simpatizantes de los partidos adversarios.

Peña Nieto y las candidaturas independientes


Leo Zuckermann

Si Enrique Peña Nieto no quiere la reforma política es porque considera que no le conviene a sus intereses. Supongo que hay varias medidas que le disgustan al gobernador mexiquense de lo aprobado por el Senado. Pero hay una en particular que es evidente que podría acarrearle riesgos en su carrera hacia Los Pinos y potencialmente como Presidente de la República. Me refiero a las candidaturas independientes.

Lo aprobado y lo que falta

El Senado aprobó una reforma al artículo 35 de la Constitución para permitir que no sólo los partidos puedan registrar a candidatos de elección popular. De tal suerte, los ciudadanos “de manera independiente”también estarían en la posibilidad de solicitar su registro siempre y cuando “cumplan con los requisitos, condiciones y términos que determine la legislación”.

Los senadores dejaron en la ley secundaria las reglas para que un ciudadano independiente de un partido pueda registrarse como candidato. En dichas normas estaría escondido el diablo. La legislación secundaria podría ser tan dura, con requisitos prácticamente imposibles de cumplir, como presentar las firmas de dos por ciento del padrón de electores apoyando el registro, que las candidaturas independientes se convertirían en un derecho más teórico que práctico.

Sin embargo, como quedó el texto aprobado por los senadores, turnado para su aprobación o rechazo en la Cámara de Diputados, sería posible que un ciudadano se inscribiera para competir por cualquier puesto de elección popular incluido el de Presidente de la República.

¿Para qué arriesgarse?

Y aquí vendría el primer cuestionamiento que podría hacerse Peña Nieto. ¿Para qué abrir esta posibilidad? Él va arriba en las encuestas rumbo a la Presidencia y supongo que no le hace nada de gracia que un candidato independiente, que podría tener cierto arrastre popular, apareciera de pronto en la contienda presidencial con el apoyo abierto o tácito de otros partidos cuyos candidatos no crecieran.

Peña Nieto puede llegar a Los Pinos con el voto duro del PRI y atrayendo a parte de los electores independientes. En este segmento estará la verdadera batalla de 2012 y lo que le conviene al PRI es que el PAN y la izquierda vayan divididos en la elección presidencial para que ésta no se polarice entre un candidato priista y uno antipriista. El PRI trataría de atraer a los votantes independientes tomando en cuenta, por un lado, el desgaste con el que llegaría el PAN a 2012 después de 12 años de gobernar y, por el otro, la mala imagen que tiene el que seguramente será el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, en este segmento del electorado.

No hay que ser ningún genio para ver que esta estrategia, con una buena campaña, apoyada por grupos de interés tan poderosos como las televisoras, podría llevar a Peña Nieto a Los Pinos. Entonces, ¿por qué en sus cinco sentidos el candidato favorito del PRI debería arriesgarse a abrir la posibilidad de que, de pronto, salga por ahí un candidato independiente que cambie las condiciones de esta estrategia que parece ganadora? ¿Para qué mover el escenario si está a todo dar para el PRI? No. Peña Nieto tiene incentivos para no abrir un nuevo flanco potencial que pueda significarle perder la elección de 2012.

Además está el “chaqueterismo”

Más aún, en términos políticos, las candidaturas independientes pueden acabar debilitando al PRI. Digamos, por ejemplo, que hay dos candidatos fuertes de este partido para ser gobernador de un estado. El partido inevitablemente tiene que decidirse por uno de ellos. El otro, que queda enojado, pues tiene dos opciones: disciplinarse o tomar la costosa decisión de renunciar a su partido e inscribirse como candidato de otro. Justo lo que pasó en 2010 con Mario López Valdez en Sinaloa o José Rosas Aispuro en Durango, y en 2011 con Ángel Aguirre.

A los priistas les choca este tipo de defecciones que coloquialmente conocen como “chaqueterismo” ya que el político en cuestión cambia de chaqueta partidista de un día para otro. En este sentido, lo que los priistas quieren es subirle los costos políticos a los que consideren que van a“chaquetear”. Pues bien, las candidaturas independientes harían exactamente lo contrario: bajarían los costos de irse del partido. El perdedor de la candidatura del PRI ya no tendría que derivar hacia el PAN o el PRD, con todo lo que ello implica en términos de imagen pública, sino que podría lanzarse como independiente, siempre y cuando, por supuesto, las reglas para el registro de este tipo de candidaturas fueran asequibles.

Las candidaturas independientes previsiblemente generarían una mayor salida de políticos del PRI desencantados por no haber sido los elegidos de su partido para representarlo en las urnas. En este sentido, incentivarían la indisciplina partidista. Y esto a los priistas, que son animales de partido, les choca. Sobre todo, supongo, al priista que cree que va a regresar a Los Pinos y necesitar gran disciplina de su partido para poder gobernar. Todo lo cual es una razón más para oponerse a las candidaturas independientes.

En conclusión

A Peña no parecen convenirle las candidaturas independientes aprobadas por el Senado y que están congeladas en la Cámara de Diputados. No importa que potencialmente oxigenaran la vida política del país. No importa que generaran una mayor competencia en un sistema oligopolista concentrado en tres partidos políticos. Eso es lo deseable para la democracia. Pero no para el gobernador del Estado de México que lo que quiere es ser Presidente.
 
Una columna de  Leo Zuckerman, para Excélsior.
 
 
Sobre el autor:
 
Leo Zuckermann Behar es un comentarista y académico mexicano. Estudió la licenciatura en administración pública en El Colegio de México y la maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford en Inglaterra. Cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia en Nueva York donde es candidato a doctorado en ciencias políticas.

Trabajó para la Presidencia de la República en México y la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos.